Menú del día, compras y el poema

5 01 2008

Ayer comí con un amigo con el que suelo compartir, de vez en cuando, mesa y mantel y debate y análisis y desesperanza y alegría y risas. Se unió a nosotros, en el segundo plato, otro amigo que venía de hacer sus cosas, y con el que volvimos a repasar la actualidad, la portada de El País, las encuestas, las nocheviejas y también la vida. Al terminar de comer el rico y sencillo menú del día —después de hablar, entre otras cosas, de albanokosovares que resultaban ser búlgaros y vecinos, Mendicutti, Luis Antonio de Villena, y pomposas cenas de nochevieja que salen gratis— nos dirigimos a comprar los últimos regalos pendientes. En el camino, hablando de poesía, hubo unanimidad —la primera del día— en que no hay (casi) nadie como Ángel González. Busqué en la blackberry uno de sus poemas (la más increíble declaración de amor, sin aditivos, que hay sobre la faz de una hoja); mi amigo se quitó las gafas con la mano derecha —en, quizá, uno de sus más característicos gestos— y recitó Me basta así. Lo hizo bajito, pero ni la sirena de una ambulancia que pasaba en ese momento, ni el pegajoso ruido que todas las calles tienen en esta época, ni la portada de El País, ni las encuestas, ni las nocheviejas, ni la desesperanza, ni los análisis, pudieron callarlo; ni siquiera poner sordina. Qué gran alimento es saber que la poesía —como bien dijo Gabriel Celaya— es un arma cargada de futuro.

Me basta así 

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
                                entonces, si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
                     Oigo
constelaciones: existes.
                        Creo en ti.
                                    Eres.
                                          Me basta). 

                                                               Ángel González





Lenguas para decir cosas bellas y ciertas

22 12 2007

…Non falo pra os soberbios,
non falo pra os ruís e poderosos,
non falo pra os finchados,
non falo pra os estúpidos,
non falo pra os valeiros,
que falo pra os que agoantan rexamente
mentiras e inxusticias de cotío;
pra os que súan e choran
un pranto cotidián de volvoretas,
de lume e vento sobre os ollos núos.
Eu non quero arredar as miñas verbas
de tódolos que sofren neste mundo…

Vuelvo a releer, con emoción, Deitado frente ao mar, del gran poeta y pensador gallego Celso Emilio Ferreiro, y no puedo estar más de acuerdo con sus rasgadas palabras.

Créeme,
cuando te diga que me voy al viento
de una razón que no permite espera,
cuando te diga: no soy primavera,
si no una tabla sobre un mar violento.

Créeme,
si no me ves y no te digo nada,
si un día me pierdo y no regreso nunca.
Créeme,
que quiero ser machete en plena zafra,
bala feroz al centro del combate.

Créeme,
que mis palomas tienen de arco iris,
lo que mis manos de canciones finas.

Créeme, créeme,
porque así soy
y así no soy de nadie.

Escucho, sin mover un músculo, al cantautor cubano Vicente Feliú interpretando a capela, Créeme, una de las más bellas canciones que he podido escuchar nunca. Un poema de amor y libertad musicado con unos sencillos acordes.

…Lau teilatu gainian
ilargia erdian eta zu
goruntz begira,
zure keia eskuetan
putzara batekin… putz!
Neregana etorriko da
ta berriz izango gara
zoriontsu
edozein herriko jaixetan…

Leo con interés, investigo casi, que Mikel Erentxun y Amaia Montero han hecho una versión del clásico del grupo vasco Itoiz, Lau teilatu, una preciosa y mítica canción, quizá la más conocida en euskera.

…Si et quedes amb mi.
Quan estiguis cansada
jo et dinaré repós.
quan res no vulguis veure
t’ompliré els ulls de flors.
De dia quan despertis
vull estar al teu cantó,
vull tenir les mans buides
per prendre el teu amor.
Quan se’t tanquin les portes
jo t’obriré el balcó,
quan creguis que estàs sola
podràs cridar el meu nom.
Si et quedes, aah!, si et quedes amb mi…

Me acuerdo, con una sonrisa, del histórico grupo catalán Sopa de Cabra, y de su maravillosa canción Si et quedes amb mi, que encierra una bella historia de amor del bueno.





versos robados 3, 4 y 5 (vía sms)

6 10 2007

Echo de menos tus ojos. Tu sonrisa llevadera. Tu cielo inerte de burbujas. Echo en falta tus alas. Las que respiran con la elegancia de Versace. Doy gracias al creador por haberte conocido. Me duelen los párpados sin reglas ortográficas. Respiro y te veo en los alvéolos pulmonares. No concibo el globo sin tu presencia generosa. Lloro al escribir poemas sin más sentido que el de que te mueras por mí. Echo de menos tu olor a misión de paz. Intenso y cierto.

A ritmo de guitarra estallan mis neuronas. No han sido educadas bajo la rígida tradición inglesa. Sienten. Viven. Son creativas. Carecen del temor adyacente a cualquier proyecto personal que necesite de aprobación provisional por la CROTU. Soplo. Cómo confundido por mis propias palabras. Es que salen solas. Disculpen la infamia. No controlo ni mis pensamientos. Soy la destrucción de la moral cristiana. No soporto modelos. Nadie es igual a nadie. ¡Mierda!

Podría ser un mercenario y escribir al mejor postor. Incluso, cosas infumables: tu pelo estalla y se convierte, sin quererlo, en una nube de sonidos y material de oficina. Recuerdo aquél marzo del 89, cuando tú dibujaste, en medio de un paso de cebra sin rayas, un corazón de porcelana. Lo sabías. Se hizo añicos nada más tener el primer contacto con la hipocresía de la gente, que lo miraba contemplativa y diurna. Creías tener inmunidad extraterrestre y no podías ni salir de tu damero maldito. Vuelve, hazte cargo de tu vientre herido. No sigas haciendo gorgoritos con tus valores. Disuelve el campo de trigo almidonado. Recupera los cajones de la libertad. ¿Dónde guardas la máquina de planchar pasaportes falsos y visados de buen gobierno personal? ¡Bah! ¡Vete ya!





Cuaderno de Granada (y III)

24 09 2007

Cruzamos la verja y estamos en otro mundo. Edificios renacentistas y del gótigo tardío español, albergan, entre otros vestigios históricos, las tumbas de los Reyes Católicos, y de Juana la Loca. Hay cola para entrar. ¡Qué novedad! Optamos por seguir caminando y vemos el Centro de Arte José Guerrero. Cerrado por cambio de exposición. A sus pies, otro José, de nombre Pepe, acaricia la guitarra y canta, convirtiéndose, por unos minutos, en el centro del arte. El rumor de la gente nos lleva a la Alcaicería. Intenso olor a cuero, especias, y falta de espacio. Un pequeño zoco en el corazón granadino. La catedral es sobria y sencilla. Le falta glamour. Durante unos segundos trato de encontrar el rosetón, pero MC me saca del embrollo. «Búscalo en las góticas». Afuera, un barbudo cuerdo grita proclamas contra la jerarquía eclesiástica. «Pisan los derechos de los pobres. Son amigos de los poderosos. Compañeros y amigos. Teneis que saberlo». Hacemos una parada en la Oficina de Turismo, que está junto al mítico Restaurante Chiquito. La señora informadora nos dice: «Lo mejor es perderse por el Albaycín, y entrar a alguna cueva del Sacromonte. Pero antes, vayan por el Realejo«. 500 años de Barrio. Hay una placa que lo recuerda. Dos jóvenes cocineros, con las rastras camufladas bajo un enorme gorro estilo italiano, nos dan un par de croquetas de verduras, para acompañar las dos cañas. Con una mahonesa suave de espléndido aceite de oliva. En todos los bares, por pequeños que sean, tienen carta de vinos. En este con más razón, porque se llama Taberna del Baco. En otro, dos señores calvos hacen bocadillos sin parar. Van a bandeja de cien a los cinco minutos. El Realejo es como una mezcla de Chueca y Lavapiés.

Por la tarde, subimos al Albaycín, directos al Mirador de San Nicolás, desde donde se ve la estampa de La Alhambra, que sale en las típicas fotos. La que ilustraba la postal que animaba a votar para el concurso de las maravillas del mundo. El lugar está lleno de gente. La vista lo merece. Quizá sería necesario que al llegar a Granada, te trajeran directamente a este sitio. Embrujo de Alhambra. No puedes apartar la vista. Ni la cámara. «Llevo ya más de cien fotos en todas las posturas y perspectivas». Seguimos callejeando arriba y abajo hasta encontrar una señal que nos guía para llegar al Sacromonte. El barrio de los gitanos. El barrio del flamenco. Cuevas que son casas. Enrique «El Canastero», hijo de la mítica María «La Canastera», nos acoge en su especial rincón de la colina. Fue el profesor de Eva «La Yerbabuena». Es un Museo. Tiene fotos con medio Hollywood. Dos euros y medio entrar y una copita de manzanilla. A las diez, el espectáculo. El lugar es indescriptible. «Ahí nací yo», dice señalando a un recoveco de la Cueva que llaman habitación. Nos cuenta que estas Cuevas del Sacromonte eran de los árabes, y cuando llegaron los Reyes Católicos, los gitanos que eran los herreros del ejército (hacían las espadas), se quedaron en ellas. Y hasta hoy. Hay cuevas que se alquilan por días. Nos despedimos de Enrique y volvemos a los pies de La Alhambra, bajando las escaleras de Santísimo, que llevan al Paseo de los Tristes.

Hace calor. La chica de la mesa de al lado, escribe en algo que podría ser su diario. Me gusta la gente que viaja sóla. Me cae bien. La música árabe crea el ambiente perfecto. El té ya ha reposado. El mío es verde con cardamomo. Estamos en Ramadán. Hay un póster con una enorme foto de La Meca. El camarero dice: «Arabia Saudí. El país más rico de los árabes. Allí no hay pobres. Ahora hay cuatro millones de personas. Ir te cuesta dos mil euros». Entramos en el Restaurante Azafrán y, por suerte, queda libre una mesa desde la que se ve, perfectamente, La Alhambra iluminada por la luna. Supongo que esta ubicación tenga un suplemento por tanta belleza. Justo antes del postre compartido, y después de probar el salteado mozárabe de boletus y perlas de alcachofa, tengo la necesidad de escribir esto:

Luna sobre La Alhambra. Luna envidiosa de su belleza.
Caprichosa. Luna carroñera.
Luna partida por la izquierda. Luna con manchas. Luna de noche.
El sultán te mira desdichado. Quiere verte sufrir.
Llorar bajo tu manto de perfumes nazaríes.
Luna, despierta y vete. Sal de esta imagen.
Vuela contracorriente. Bate tus alas de cera en carne viva.
Azota, con tu polvo de estrellas, la Granada entera.
La que sobrevive a tus encantos.
La que cierra la puerta para no verte nunca.
No seré yo quien absuelva a la luna.
No seré yo quien abra la puerta a la princesa.
Encerrada con tu nombre: Alhambra, Alhambra, Alhambra…





versos robados 2

21 09 2007

Hay días inciertos. Hay noches repletas de sueños.

Hay elementos de repetición infinita. Hay hexágonos faltos de cariño.

Hay bibliotecas llenas de errores de la historia.

Hay cielos sin alta definición.

Hay leyendas con un margen de error, tan pequeño, como mi eterna venganza.

Hay lugares con máquinas barredoras, que se llevan por delante hasta los pensamientos más obscenos.

Hay recovecos sin principio ni final conocido.

Hay necesidad de retos interminables





versos robados 1

15 09 2007

A veces, incluso sin alcohol en la sangre, soy feliz.
Soy cierto, aún siendo la gran mentira. Soy breve.
Amanece la inmunda resaca del excepticismo.
Me desplaza a la dimensión de los lagartos.
El tiempo no es de las amapolas, es de los cerdos.
¿No te habías enterado? Despierta, joder. Vuelve en sí.
Es terrible el sinsabor del disgusto permanente y sincero.
Aún peor es la caza de brujas. Hay delirio de mantequilla.
Hay ciervos sin alas. Hay rotondas de colores desdibujados.
Hay pesimismo de fronteras conocidas. Intestinos sin GPS incorporado.
Dolor, muestras de cariño, falta de respeto, agudezas ortográficas.





Nocilla Dream

5 09 2007

¿Sabrá perdonarme Pedro Juan Gutierrez? Después de un verano en el que he vivido con (y de) sus novelas, en lugar de escribir sobre él, he decidido hacerlo sobre otro. No sé, quizá he pensado que como a él los tríos le van, seguramente le acabará gustando. También creo que si hablo mucho de Pedro Juan dejará de ser parte de mí y lo será de mucha gente que no sabrá apreciarlo como se merece.

He decidido que la próxima vez que vaya a La Habana iré a visitarlo y le contaré esta teoría. Quizá se moleste, por aquello de que la promoción siempre es necesaria para vender libros. Aunque, conociéndolo, sabrá apreciar mi cinismo. Y si no, no pasa nada: abrirá una botella de ron, del malo claro; encenderá un tabaco, y nos pasaremos horas mirando el Malecón desde su ruinosa azotea.

Pero no he venido a hablar de Pedro Juan. ¡Sal de mi vida! Pensaba que en la literatura patria estaba todo visto, leído más bien, pero no. Ha llegado a mis manos, por uno de los conductos más habituales (es lo bueno de estar con gente con inquietudes), el primer libro (o lo que sea) del (no tan) joven poeta (y físico) gallego Agustín Fernández Mallo: Nocilla Dream. La primera parte de una trilogía que lleva el nombre de Proyecto Nocilla, y que se completará con Nocilla Experience y Nocilla Lab.

¿Qué es Nocilla Dream? En realidad, todavía no lo sé. Dudo que el propio autor lo sepa. Si puedo decir que el tío se la ha jugado, y hace falta gente así, en todos los ámbitos. Más riesgo, innovación, originalidad, ruptura con lo establecido…

Juan Bonilla dice esto en el Prólogo: Fernández Mallo sabe como contagiar la velocidad de lo escrito y va haciéndonos saltar por los fragmentos de su novela con una insólita sensación de vértigo […] Ese riesgo consiste esencialmente en que los lectores habituados a las narraciones que se estilan entre nosotros, al adentrarse en ésta pueden no saber a qué atenerse, pueden perder pie, porque literalmente ésta es una novela que constantemente te va dejando «en el aire» […] La capacidad de encontrar plenitud y belleza en realidades que suelen pasar desapercibidas para nuestra poesía o nuestra narrativa, es uno de los baluartes de esta obra.  

¿Qué tienen en común un desierto, un árbol con pares de zapatos colgados, cuatro chicas surfistas, un periodista austriaco aficionado a los carreras de ratas, y Jorge Luis Borges? Ni lo sé, ni me importa. Pero el cabrón de Fernández Mallo le da a todo una coherencia incoherente (o quizá una incoherencia coherente) espectacular.  Para ello, se apoya (o se pierde) en una serie de citas que va introduciendo, sin demasiado orden, de las que quiero destacar una por su maravillosa crudeza:

45. Año 2054. Mis nietos están explorando el desván de mi casa. Descubren una carta fechada en el 2004 y un CD-ROM. La carta dice que ese disco CD-ROM que tienen entre sus manos contiene un documento en el que se da la clave para heredar mi fortuna. Mis nietos tienen una viva curiosidad por leer el CD, pero jamás han visto uno salvo en las viejas películas. Aun cuando localizaran un lector de discos adecuado ¿cómo lograrían hacer funcionar los programas necesarios para la interpretación del disco? ¿Cómo podrían leer mi anticuado documento digital? Dentro de 50 años lo único directamente legible será la carta.

Jeff Rothenberg

En fin, que si Pedro Juan Gutierrez y Agustín Fernández Mallo se conocieran, serían buenos amigos (o se odiarían a muerte). Y es que hay que estar muy mal (o maravillosamente bien) para, en los tiempos que corren, salirse de lo establecido. ¡Qué horrible palabra!





Penélope es la Princesa

9 08 2007

Confieso que hasta que llegué al Campo de San Lorenzo, no me empecé a dar cuenta de lo que iba a vivir esa noche. Eran las diez menos cinco, y en la cola para entrar no se distinguía, salvo excepciones, cuál era público (que, mayoritariamente, peinaba canas) de Serrat y cuál de Sabina.

El cuidado y sobrio verde, todavía húmedo por la tormenta de la noche anterior, nos acogió gustoso, y con dos vistazos, localizamos el bar y la zona de baños, dos lugares tan necesarios como unidos, por razones obvias, en este tipo de eventos.

Al frente, un imponente escenario con dos pantallas gigantes a los lados, en las que apareció, por sorpresa, un serio Iñaki Gabilondo para anunciarnos la suspensión del concierto, por estar los dos cantautores convalecientes en el hospital. El ruido de la sirena de la ambulancia fue interrumpido por el envolvente sonido de la música en directo, que anunciaba el comienzo del recital, con una mezcla de Ocupen su localidad y Hoy puede ser un gran día.

Después, Aves de Paso, algunos versos recitados al mejor estilo de Sabina, varios puyazos y muchos piropos, entre ambos, y mucha clase y la mejor música en el escenario.

Cada canción, un himno. Cada verso, una vida. Cada palabra, una reflexión y una historia cotidiana. Por allí apareció José María Gutiérrez (¡cómo no!), con buenas noticias, justo en el momento en que Sabina cantaba sus Peces de Ciudad. Mientras tanto, Lipe había conseguido que Vera y Pedro le encontrasen entre la gente, y los viajes de ida y vuelta, tanto al bar como al baño, se intensificaron.

Y así, fueron llegando momentos especiales, cada cuál más que el anterior. Con Princesa, Penélope, 19 días y 500 noches, Fiesta, A la orilla de la chimenea, Mediterráneo, Mi primo el Nano o Tu nombre me sabe a hierba, se iban superando por momentos, el uno al otro, y los dos juntos a sí mismos. Es una pena, porque recuerdo el concierto sólo a trozos. Me molesta tener tan mala memoria, en parte fruto de estar demasiado pendiente de vivir el momento, y no acordarme, ayer, de que me hubiera gustado escribir este post, hoy, con una crónica más ajustada a la realidad. Eso sí, recuerdo, perfectamente, que Maricruz, que se sabe todas las letras, estaba disfrutando tanto o más que yo.

Una cosa que tengo clara es que me emocioné bastante. Sobre todo, no sé porqué, con Andares de Serrat y Calle Melancolía de Sabina. Que bailé, mucho. Demasiado, quizá. Que canté, todo lo que se puede cantar en estos casos, y más.

Disfruté, como hacía tiempo, de dos horas y media de la mejor pareja de hecho musical de nuestro país. Un gran acierto, el matrimonio de estos dos magos de la palabra y las corcheas. Uno, con mucho seny y cierta picardía, el otro, con toda la picardía y un diccionario propio. Ambos, con la historia de nuestra mejor música a sus espaldas. Que se repita, porque allí estaré seguro.

Y para terminar, si me perdonan ambos, me voy a atrever con unos versos:

Noche fría y de chaqueta,
noche de versos ascetas,
noche de cantautores.

Toman partido dos locos,
de esos que ya quedan pocos,
más truhanes que señores.

Se calienta el auditorio,
escuchando el repertorio,
de desnuda poesía.

Ambos cantan las verdades,
tirando besos, puñales,
con esa suya ironía.

El Nano es de mano fina,
y en golfo gana Sabina,
un culé y un colchonero.

Al maestro ya le pesa,
Penélope es la Princesa,
que Joaquín besó primero.

Son juglares de sucesos,
de sueños, de amor y excesos,
son notarios de la vida.

Vaya par de incorregibles,
solitarios, de alma libre,
salvo que ellas se lo pidan.





uno (una) de agosto

1 08 2007

Mientras escribo estas líneas, dejo trabajar al antivirus. Lleva casi quinientos mil archivos analizados, entre ellos cinco infectados. Ya decía yo que algo no iba bien.

Es tardísimo. Inconsciente de mí, me he tomado un café en La Galleta y no consigo dormirme. Hace un mes no me hubiera afectado, pero desde hace unos días he reducido a la mínima expresión mi consumo de cafeína. He vuelto al té. Tengo suerte porque han puesto una tienda especializada cerca de casa.

Hoy he cogido la barca que lleva al puntal, por aquello de cambiar escenarios de arena. Me ha gustado la experiencia, aunque soplaba tanto el viento que parecía que las dunas, modeladas a su gusto por Eolo, iban a echar a volar en cualquier momento. Cuando sube la marea hay rebajas de playa, y el chiringuito no está muy logrado, pero seguramente volveré a repetir viaje, durante este agosto con el que, por fin, el sol ha llegado. Esperemos que sea para quedarse.

Mis amigos no se acaban de creer que me haya vuelto a subir encima de una bicicleta. Hombres de poca fe. Ya casi no recordaba el arte del pedaleo. No es un gran entretenimiento, pero sienta bien y no requiere excesivo esfuerzo. El caso es que la máquina de dos ruedas está respondiendo bien, y la he cogido cariño.

El lunes fui al cine a ver los Simpsons. A la sesión de las cuatro. Como siempre, me hicieron reír y pensar. Muy recomendable, sobre todo para el público adulto, aunque el cine a esa hora estuviese lleno de niños fans de Bart. Insuperable la (doble) escena de las cinco opciones, que le dan a elegir al presidente de EE.UU., para resolver el problema de contaminación de Springfield.

Antes del cine, estuve de librerías, en compañía de buenos amigos. Tuve suerte. Compré dos libros para mí: India de Naipaul y uno sobre coaching de equipo. Y compré otros dos para regalar: un directorio de estrategias y buenas prácticas de las empresas más punteras, para un amigo emprendedor (que se preocupa por mí), y otro ejemplar de India de Naipaul para Juan Carlos Cubeiro, que a su vez me obsequió con el último ensayo del pensador José Antonio Marina, sobre la inteligencia fracasada, y con un relato titulado El hombre que plantaba árboles del escritor francés Jean Giono.

El relato es delicioso. La historia trata de un pastor que plantó cientos de miles de árboles y convirtió una tierra yerma en un paraíso. Está llena de optimismo y es un ejemplo de que cada uno de nosotros puede transformar el mundo, aunque sea un poquito. En el epílogo, la profesora Norma L. Goodrich, nos regala este bello fragmento:

El optimismo tenía que surgir, decidió (por Giono), de la literatura y de la profesión de poeta. Los autores sólo escriben. Así pues, para ser justos, están obligados a profesar optimismo a cambio del derecho a vivir y escribir. El poeta debe ser consciente del efecto mágico de determinadas palabras: heno, hierba, prados, sauces, ríos, abetos montañas, colinas. La gente lleva tanto tiempo encerrada entre cuatro paredes que se ha olvidado de ser libre, pensaba Giono. Los seres humanos no fueron creados para vivir en túneles de metro y bloques de pisos, pues sus pies ansían andar zancadas a través de la hierba alta y deslizarse en corrientes de agua. La misión del poeta consiste en recordarnos la belleza: árboles balanceándose en la brisa, pinos crujiendo bajo la nieve en los desfiladeros, caballos salvajes galopando en la espuma del rompiente. Debes saber, me dijo Giono una vez, que en la vida hay momentos en que una persona tiene que salir y afanarse en busca de espérance.





Alguna recomendación (si se acepta)

26 06 2007

Tengo un amigo, un buen amigo, que suele recomendarme películas. Como se pasa media vida en el cine, y tiene buen criterio, le suelo hacer caso, aunque menos de lo que me gustaría. Quiero decir que querría ir más al cine. En realidad, sólo depende de mí.

La mejor publicidad de una película, de un libro, de un disco menos (es algo más personal e intransferible creo), es la que te hace alguien conocido y en quien confías por su buen gusto; porque siempre pasa rápido, casi sin mirar, por determinada parte de la cartelera, o porque, simplemente, suele acertar en la recomendación.

En concreto, si hablamos de libros, contamos con unos extraordinarios aliados: los buenos libreros que, encantados y felices con su maravilloso trabajo (¡qué envidia!), en unos segundos te describen, siempre, dos o tres volúmenes (uno de ellos les acaba de llegar) de necesaria lectura.

De la visita a la librería de confianza siempre obtienes algo positivo. Una de las últimas veces me sirvió para descubrir a un escritor inglés, de origen indio, llamado V.S Naipaul. “Cartas de un padre a un hijo”, “Un camino en el mundo”, y “Leer y Escribir: una visión personal” han sido víctimas, por ahora, de ese estupendo descubrimiento. Os copio un fragmento del último libro que citaba:

Mi padre era autodidacto, y se hizo periodista por sus propios medios. Leía a su manera. Por entonces tenía treinta y pocos años, y aún aprendiendo. Leía muchos libros a la vez, sin terminar ninguno, y no le interesaban ni el relato ni la trama, sino las cualidades especiales o el carácter del escritor. Eso era lo que le gustaba, y sólo disfrutaba de los escritores en pequeños arranques. A veces me llamaba para que le oyera leer tres o cuatro páginas, raramente más, de un escritor que le agradaba especialmente

Os lo recomiendo, dice Guillermo Cabrera Infante que es el único escritor inglés al que vale la pena leer. Quizá exagere, pero no tanto.

Y pasando a la poesía: otro descubrimiento. Lo conocía porque era el poeta de cabecera de Sabino Méndez, pero nunca le había prestado la atención necesaria. Me refiero a J. M. Fonollosa, un poeta catalán que fue invisible, por voluntad propia, durante mucho tiempo. Su obra es tan brillante como cruda; llena de pesimismo, sexo, y un concepto de la vida muy especial, siendo “Ciudad del Hombre: New York” una buena prueba de ello. Os dejo uno de los poemas de ese libro.

SPRING STREET

No me vengan con cuentos. Que la vida
es algo espiritual y, por lo tanto,
superiores los bienes del espíritu.

Que el ser útil, cuidar a los enfermos,
el teatro, la pintura, libros, música,
los deportes, el cine, el gran dinero….
Al ánimo lo colman de delicias.

El deleite supremo es el orgasmo.
Lo demás son tan sólo leves signos,
pobres insinuaciones del placer
que uno obtiene acostándose con chicas

Y eyaculando en ellas como un dios.
Para otros esos gustos secundarios.
Para mí el goce intenso: la mujer.