Soñar es una vida en balde

31 07 2010

Perdí el olor de las flores y el alba por las mañanas. La ventana abierta trae el fresco y me alivia. Dejo enfriar el café y las moscas se posan en la taza dejando su rastro de excrementos. Pienso que debería matarlas a todas, pero sé que no es posible y desisto. Se siguen posando a pesar de mis amenazadores pensamientos. No hay telepatía entre ellas y yo. Como no la hay entre Ella y Yo. Si la hubiera, ayer las cosas habrían sido de otra manera. Elegí para mi espera las plazas más concurridas de la ciudad termal. Por ninguna de ellas se dignó a pasar. No apareció. Yo estaba allí. Yo la aguardaba. No apareció. Hasta ayer creía en la Teoría de la Feliz Casualidad. Pensaba que uno podía sentarse a esperar en una plaza a que una persona determinada apareciese, sin más. Como sucede en los peores relatos. Como debería haber ocurrido en éste. Soy indigno. ¿Se puede querer a alguien después de diecisiete años? ¿Se debe querer a alguien después de media vida? Amor territorial. Cruce de caminos. Tradición. Identidad. El destino. Ya no creo en nada de eso. No después de ayer. No después de lo que Ella me ha hecho. Ahora ya sé que soñar es una vida en balde. Ahora ya puedo usar la cursiva.

Lo hago:

La primera vez que mi mano buscó su sitio debajo de tus bragas tuve una sensación muy extraña, como si le estuviera metiendo mano a Galicia entera, a la historia, a todo nuestro entorno, a Vales, a tus abuelos y al mío, a tu madre y a mi padre; por suerte, la segunda vez ya pude concentrarme del todo en el dulce olor de tu sexo, todavía hoy lo recuerdo y no puedo evitar morderme los labios.





Quietud de sábado

31 05 2008

Me he despertado en mi habitación de Santoña. Esa en que me han pasado casi todas las cosas. Ha cambiado bastante; pero sigue mirando al patio y acogiéndome con expresión de nostalgia cada vez que la visito. Llevo dos días aquí y me encuentro bien. Uno nunca sale definitivamente de la habitación en la que ha pasado su infancia y buena parte de su juventud. En este tiempo vertiginoso, en el que todo cambia en nanosegundos, parece milagroso conservar casi intacto el rectángulo donde aprendiste a ser.

Hoy la casa está más animada de lo habitual. Me gusta escuchar de fondo algunas conversaciones. También los ruidos típicos de un lugar habitado. Lo contemplo todo desde la silla más cómoda del mundo, mientras escucho canciones de Arjona, Delgadillo y Filio. No he hecho la cama todavía. Nunca me ha gustado. No por pereza, sino porque prefiero verla desecha. Me parece que así es más mía. Ahí es donde he dormido esta noche, y el cuidado desorden de las sábanas es la evidencia.

Me pide Raquel que busque en el traductor la palabra rosmarin. En castellano es romero. Deben estar hablando de cocinar, y Raquel piensa en las recetas en alemán, como es lógico. He participado de la tarea vigilando la cocción de las patatas. Al parecer, no he tenido demasiado éxito en el empeño. Lo podrán comprobar las desgastadas mandíbulas de buena parte de la familia: la que llenará aún más los noventa y cuatro metros cuadrados de este viejo inmueble, cuando suenen las dos en el reloj de la mesita de noche de algún cuarto perdido. Canta Alejandro Filio: «No conforme con tus ojos/te propongo menos cielo, más abrazos/hace tiempo que te sueño/ya no sé cómo explicárselo a estas manos».

Dejo las notas que vienen del otro lado del mar —a donde siempre quiero regresar— y trato de poner una Semilla en la tierra con Carlos Chaouen: «Duele, la vida como un puñal hay veces que duele/y nada tiene que ver con tu boca/que hecha para besar hay veces que muerde/que anuncia cordura y a veces se vuelve loca/duele porque la piel no es materia inerte/duele porque el querer es dolerse a veces». No hay en nuestros país dos compositores mejores que el de San Fernando. Por eso le han maltratado tanto. Sus letras son un combate permanente con la vida; le escucho en plena quietud de sábado sentado en la silla más cómoda del mundo.