Alguna pregunta més?

22 10 2008

Recuerdo que me gustaba leer en los periódicos deportivos de Barcelona los comentarios positivos hacia la labor de Ricard Maxenchs. De esto ya hace mucho, yo todavía estaba en el colegio, y no sé por qué me sentía bien descubriendo que Ricard era felicitado siempre por su trabajo como jefe de prensa del Barça. En muchas ocaciones, las informaciones de El Mundo Deportivo y Sport terminaban con comentarios como: «hay que volver a destacar la extraordinaria labor de Ricard Maxenchs» o «es de justicia resaltar la profesionalidad de Ricard Maxenchs, siempre pendiente de facilitar el trabajo a los periodistas». Me gustaba leer esos comentarios. No sé por qué —repito— me hacían sentir bien. Ricard fue la primera persona en la que yo vi encarnada la figura de jefe de prensa, quizá esa sea la razón de haber tenido siempre el listón tan alto. Quizá Ricard me haya hecho ser tan exigente conmigo mismo y con los demás. Se lo agradeceré eternamente.

En estos tiempos, en los que cualquiera se llama a sí mismo jefe de prensa o director de comunicación —o títulos aun más pomposos—, es obligado echar la vista atrás y tomar nota de cómo hacía su trabajo un maestro de la profesión como Ricard Maxenchs. Discreción, atención personalizada, lealtad, dedicación, humildad, imaginación, capacidad de escucha… Son algunas de las muchas virtudes del que fuera primer jefe de prensa de la historia del fútbol español. Fue el primero y fue el mejor. En el Barça le han echado mucho de menos estos últimos siete años, ahora el vacío será mayor porque ya no podrán llamarle para que vuelva a casa. Supongo que se paseará de vez en cuando por la sala de prensa, y tal vez un día de estos se vuelva a escuchar en el Camp Nou aquella mágica frase: «Alguna pregunta més?» 

Gràcies per tot, amic Ricard…





Puntos, toros y medio pelo

15 02 2008

53.000 clientes, 2008 puntos extras, 29 de febrero, 100 puntos, 21 euros, 461 establecimientos, 20 euros, 1400 comercios adheridos, 100 millones de puntos, 52 localidades y 1 millón de euros. Confieso que me ha costado entender el galimatías —hay jeroglíficos más sencillos— del que se hace eco, hoy, uno de los periódicos regionales. La comunicación deber ser algo más que atrezzo y palabras de medio millón de dolares. Las ocurrencias pueden ocupar la agenda de un día, pero cuando se convierten en el leiv motiv de tu acción política quizá haya llegado el momento de parar a reflexionar sobre ello. 
He seguido leyendo el periódico, y he pensado que la comunicación también debe ser más que dar dos ruedas de prensa diarias —con actitud funcionarial— para ocupar espacio, con temas tan vitales para los ciudadanos como los huertos ecológicos, las ganaderías de la feria de santiago —con petición a José Tomás para que nos obsequie con una de sus corridas—, el circo chino, o los sempiternos parques y jardines (única competencia que ejerce, desde su elección, el Alcalde de la ciudad donde vivo). Me produce cierto desazón contemplar este panorama, en el que hay gente que piensa que vale todo con tal de ocupar media página de un periódico o un corte del informativo matutino de alguna radio. Da la impresión que se trata, simplemente, de posicionarse, rellenar, salir: verse.
El caso concreto del Alcalde de la ciudad donde vivo es para estudiar —y felicitar a sus responsables de comunicación; aparte de que algún medio le haga la ola—, porque no he visto nadie que salga tanto con tan poco. Es incapaz de tomar una sola decisión que influya, realmente, en la vida (mejorándola) de la gente de Santander, por falta de voluntad y de recursos, pero, por contra, se le da bien inundar los informativos y las páginas de los periódicos con sus palabras vacías y prefabricadas, y sus polémicas creadas para la ocasión. Es un ejemplo típico de esos medio pelo que, como explica el escritor argentino Arturo Jauretche, son aquellas personas que construyen su estatus en base a una ficción. Lo peor, es que las palabras que llenan este espacio en mi blog hablan de la cruda realidad.





Comunicación de bajos fondos

9 01 2008

Llevo unos días, meses, viendo, sobre todo en El Diario Montañés, una serie de cartas al director que, aún firmadas por distintas personas —la mayoría iniciales—, tienen el mismo corte y estilo, los mismos repetidos y burdos argumentos, el mismo penoso objetivo y el mismo escribano. Todas, casualmente, están dirigidas a alabar la tarea del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Santander, en especial de su Alcalde, y a criticar, con unos argumentos absolutamente peregrinos, la labor de la oposición socialista, un día, y del Puerto de Santander, otro. Siempre he creído que espacios como Cartas al Director o similares pertenecen a los ciudadanos y ciudadanas, que carecen de otros instrumentos para poder expresarse. Que no pueden convocar ruedas de prensa;  que no les invitan a tertulias, ni a programas de televisión; que no tienen la oportunidad de intervenir en el pleno del Ayuntamiento, ni en el del Parlamento; que no dan mítines; que no participan en reuniones de las órganos de los partidos; que no protagonizan las portadas de los periódicos. Recuerdo que, hace ya algunos años, al principio de mi mandato como secretario general de JSC, un compañero era partidario de que utilizarámos las cartas al director, para dar a conocer nuestros posicionamientos políticos. Yo me opuse porque me parecía usurpar a la gente un espacio que debe ser suyo; que debe estar fuera de la contaminación partidaria. Sigo pensando lo mismo —ya lamento esta maldita coherencia—, y me molesta mucho, muchísimo, que el Partido Popular, que el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Santander, que su aparato de comunicación, piense que vale todo. Esta apuesta por la comunicación de bajos fondos se volverá contra ellos, más temprano que tarde, porque no se entiende que una institución le expropie, sin indemnización y sin que pase nada, a los ciudadanos un espacio que es suyo. Hoy he leído la última carta de la serie. Me ha producido, una vez más, vergüenza ajena. La conclusión que saco es que confían muy poco en sus argumentos, en sus razones, en sus posiciones; de lo contrario les sobrarían los múltiples espacios y canales de comunicación de los que disponen, para tratar de convencernos.