Mi vida aquí es muy excitante: me levanto bastante pronto, desayuno frutas en zumo, pan con aceite y café con leche, trabajo un buen rato (sólo en lo que me gusta), cuando me aburro salgo a dar un largo paseo (disfruto de un paisaje bien conocido pero que cambia cada día), con el ejercicio me entra hambre y vuelvo a casa a comer una ensalada o legumbres (o pasta o algo de pescado) con un vaso de vino tinto, a continuación duermo una breve pero reparadora siesta en la habitación (sin meterme en la cama, con una manta de pachwork por encima), después escribo algo nuevo o paso a limpio mis notas o escucho canciones que no me suelen dejar indiferente, cuando termino vuelvo a la calle a dar vueltas sin rumbo pensando en mis cosas, a media tarde entro en un café tranquilo y me tomo un té aromático mientras leo (Bolaño, Fresán, Vila-Matas, Cortázar, Tabucchi, Pessoa, Kafka, Rey Rosa, Santamaría, Fernández Mallo: los de siempre), luego doy otra vuelta y si me apetece tomar una cerveza tostada, entro en un bar, si no, vuelvo a casa a escribir lo primero que se me ocurre (en compañía de Juan de Pablos), ceno algo ligero, me adentro sin mucho afán en la red (cada vez menos, cada vez me da más pereza) y a eso de las once me voy a dormir con un libro.
No veo al Cioli por aquí y me parece raro, ¿se habrá ahogado por el peso de la medalla? El reconocimiento oficial tiene estas cosas: la gente se relaja y el Cioli no iba a ser una excepción.
Una tarde cualquiera, no recuerdo cuál, leí un libro de Enrique Vila-Matas, El mal de Montano, en el que contaba que había escuchado decir (creo que en la radio) a Julio Arward que una amiga suya (de Julio) le contó un día que cada uno de nosotros tenemos un doble que está en otro sitio, viviendo su vida con una cara idéntica a la nuestra; y hoy, no sé por qué, lo he recordado y he pensado que me gustaría conocer a mi doble y preguntarle, curioso, qué tal le va mi vida.
Una mujer y una hija, francesas, están sentadas enfrente de mí en la cafetería del balneario. Me gusta escucharlas, no entiendo casi nada de lo que dicen, pero me gusta el modo en que las palabras salen de sus bocas: parecido a como se forman esas efímeras olas cerca de la orilla; seguro que están hablando de las cosas más tontas, pero a mí su conversación se me antoja trascendental. Al prestarles más atención me han entrado ganas de follar con las dos a la vez, y he estado a punto de llamar (he tenido el teléfono en la mano un buen rato) a un amigo para que participase, pero enseguida me he dado cuenta de que estará trabajando y no tendrá tiempo (ni ganas) de entretenerse con cosas banales como el sexo.