Si buscas Vales en googlemaps el icono rojo aparece justo encima de la fonte do conde. No recuerdo cuál fue la primera vez que mi abuelo o mi padre me dijeron: «Colle a xerra e vai por auga á fonte do conde». Ni sería capaz de decir, siquiera aproximadamente, cuántas veces me dijeron esa frase: en cuántas ocasiones escuché esas palabras que a mí siempre me sonaron más a premio que a castigo. Sé que fueron muchas, porque muchas fueron las veces al día que iba a por agua a la fonte do conde y muchos fueron los días de mi vida que pasé en Vales.
Vales es una aldea gallega de la provincia de Ourense, que pertenece al municipio de San Cristóbal de Cea. Por el hecho de tener una iglesia, que siempre ha jugado un papel fundamental en la vida del pueblo, es también una parroquia en torno a la que se agrupan otros pueblos más pequeños, y está situada justo en el límite con la provincia de Lugo, sólo a diez minutos de camino andado de una pequeña aldea lucense llamada Agrexán.
¿Qué nos une a una tierra? ¿Qué nos hace sentirnos parte de un lugar? ¿Qué consigue que nos produzca cierta tristeza no estar en un sitio determinado? Estoy convencido de que no son sus casas, ni sus plazas repletas de niños jugando al balón, ni siquiera sus ríos, sus monumentos de interés cultural, ni tampoco sus fiestas. Nos une la gente, la que es de allí o vivió en aquel lugar en algún momento y que identificamos con todo lo que en esa tierra nos ha sucedido: esa gente cuya imagen está unida de manera poderosa a esa tierra concreta. Nos une también algún icono, ya sea físico o emocional, emblemático, casi mágico, al que profesamos cierto respeto y que forma parte de nuestra vida.
Es cierto que de Vales recuerdo, entre otras cosas, el río Bubal, el campo de la fiesta, su iglesia y el cementerio anexo, los interminables caminos, las fincas, los hórreos semiabandonados, las omnipresentes vacas, los ladridos de los perros por la noche o la nieve en semana santa. Pero Vales para mí no es eso. Vales es mi padre. Vales es mi abuelo. Si no fuera por ellos, Vales no hubiera existido para mí, y tras su ausencia el pueblo se hizo mucho más pequeño.
Hace tiempo escribí que quizá no pisaría Vales nunca más, y tenía mis razones, pero este sábado volveré de nuevo y siento algo especial que me resulta difícil de explicar. Sé que me gustaría dar un paseo con el pueblo vacío, sin que nadie me reconociese y me preguntase nada, sin que nadie me impidiera parar en algún punto concreto a mirar, a pensar, a recordar algunas cosas. Y me encantaría que fuese San Pedro y poder ir al campo de la fiesta con Emilio, y al final de la noche volver a casa e atopar o meu avó e o meu pai falando na cociña coma sempre.